Mi ventana tiene la mejor
vista que podría existir y no hay una
montaña, ni un mar creyéndose inmenso. Un árbol deprimente, uniforme, con ramas
alabando el cielo, en forma de semicírculo. Un cadáver, un cadáver de árbol ancestral,
las raíces descansan debajo de mi cama,
del ventilador, podría un día levantarme apuñalada por la misma raíz, o
con el suelo derrumbado, los escombros cayendo. Y si el día está nublado y la luz es gris por el vidrio sucio, se refleja como una fotografía antigua detrás de
un par de rejas que lo protegen, o todo lo contrario. Me hace acordar a mi
abuela leyendo un libro de algún alemán al
lado de un ventanal y un hogar lleno de fuego, y el frio, y ella con un
saco y esos anteojos enormes que te los pones y te marean porque son muy
gruesos porque tienen mucho aumento, y el color marrón de la foto, me acuerdo de
ella que debe estar enojada, en algún lado,
y el papel de foto gastado, mirándome con
angustia quizás, o quizás ella me entiende, me entiende más que yo, me nombra,
se mete en mi inconsciente, quizás tenga otros poderes ya, además de esos dedos
largos para piano y la suavidad, y las
uñas largas, también perfectas, y suaves como no busco ya, en ningún lugar. Si hay sol, mejor dicho, si es primavera, o
verano, las hojas verdes esconden la belleza del abandono, la desolación es solo un deseo. Ahora la
imagen desértica del árbol deja entrar la luz de la luna, porque son las seis
de la tarde, pero ya hay luna, y todo esta oscuro pero entra una luz, para que yo no tenga que
prender la lámpara que cuelga de un cable lleno de telarañas y pelusa, y arañas
muertas y olor a insecticida. Entonces puedo leer con esa poca luz, se entrevén
las líneas de un poema caótico, de un
diario de viaje, los rostros de los indios, los ojos humedecidos por la blancura
de las pupilas que se lubrican de tierra, de hambre, de sueño. Un gato mete sus
garras por el hueco de la ventana, quiere entrar huyendo, lo escucho maullar y
sus uñitas raspado el vidrio, creyendo que puede abrirla , desesperado, quizás por
la tormenta que todavía no moja, o los pedazos de piedra que caerán del cielo
negro, como una premonición; y lo veo sufrir, lo veo pedir por favor larga vida, lo veo llorar, y esa larga vida es un instante, un instante
mas para perdonar, y llora, parece un hombre calvo llorando, los pómulos sobresalidos, le cuesta respirar, con el tórax inflado, pero
se le ven las costillas, y se que está
lleno de pelos, con bigotes invisibles, pero asi lo pienso, y las orejas puntiagudas, con las uñas largas
rasgando el vidrio, con un ojo empopado
lleno de sangre seca y cerrado. Bajo la
persiana, el gato cae rendido, camina por
el techo de la cocina, que no tiene habitación arriba, donde está el termotanque donde está el
cielo plantado ahí, inamovible, como un anhelo. Sé que huye, o que todavía
camina, y va seguir caminando, porque es invierno y todas las hojas muertas están
sobre el techo, y el gato camina y las estruja, y escucho el crujir y quizás tenga
hambre. Entonces en una tapita pongo un poco de leche tibia, abro apenas la
persiana, pero veo por esa línea estrecha, y acerco la cara hasta que choco la
nariz contra la reja helada, y el gato no está, y la tapita de leche queda ahí,
a la espera. Vuelvo la cabeza hacia adentro, y todo el aire húmedo por el rocio,
aunque no se si es rocio si cae de noche o si el rocio cae de noche, pero esta húmedo, todo ese aire que
entro por mi boca, porque respiro por la boca, todo ese aire se extingue otra
vez en el encierro del cuarto, y ahora la persiana esta completamente blanca, y
todo esta oscuro, y apenas distingo donde pisan mis pies, aunque el cuarto me
lo se de memoria, pero cuando piso hay cosas que se rompen, y algunas cosas
suenan a vidrio, otras a alguien que respira, me estremezco, como si me
soplaran el cuello. Y la cama esta muy lejos, o en realidad no, pero estoy
estremecida y un calor me invade el cuerpo y no tengo ganas y no puedo, y ya no
recuerdo, o si recuerdo, y el miedo.
Muy bueno. Evocador y con una atmósfera onírica muy sugerente. Enhorabuena.
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