Se le dio vuelta el paraguas mientras cruzaba la calle. Esta empapada,
pálida, con las uñas al ras del dedo de tanto morderlas, escupirlas, masticarlas. También está llorando, las lágrimas se confunden con la lluvia.
Prende un cigarrillo haciendo carpita con
la mano, viene el tren, quema sin querer el saco de alguien que la
insulta, pide perdón con la mirada mientras le siguen gritando. Su cuerpo se
siente por primera vez diminuto entre la multitud, la axila de un tipo se pega
a su nariz, la mano de algún pajero le roza la pierna, se incomoda, apreta la
mochila, la vieja que esta adelante se fastidia porque le respiraron en la nuca.
Ayer estaba bien, hoy se levantó como todas las mañanas para ir a trabajar, y
como todas las mañanas se levanta con sueño porque sufre insomnio. No paro de
pensar toda la noche en la carencia, la fraternidad, la respiración, los
gemidos, el temor, en alguna discusión, no paro todo el tiempo de pensar en su
inconformidad, no paro de hacer planes, cuentas, de abatatarse con impulsos
inconcebibles. Salió de la casa a las siete de la mañana cuando sabe que tiene
que salir seis y media, quiere que la echen para no tener la culpa de ser otra desocupada.
Le gustaría ser normal, aunque no encuentra definición para tal adjetivo, así
que le gustaría ser más simple. Cuando sale de trabajar va un bar al costado de
la estación a tomar cerveza. Nada del
otro mundo. Ahora, a veces intercala
yendo a la casa de su novio donde se inunda de emociones que pronto convierte en angustia,
en enfermedad, en desvelo, en destrucción. Le gustaría ser más simple, como la
mujer del cocinero que atiende el bar, ella se contenta con que él le de una
palmadita en el culo cuando pasa, se siente deseada y segura; segura con su culo enorme, su estómago, segura
con sus pies descalzos arriba de la silla
y una porción de fugazzeta. Ella cuenta las calorías que hay en una
ensalada de zanahoria y huevo, y cierra los ojos, los oídos y la culpa cuando está
por descubrir las que tiene el litro de Imperial que está por tomar. Se anotó
en cuatro carreras y las dos últimas son la misma. Le gusta el cine, le gusta
sufrir viendo cine porque todo lo padece. Lo suyo es escribir. Le encantaría
ser un poco Alejandra Pizarnik, y lo
único que puede unirlas es el deseo de muerte, o la devoción por Proust. Lo que lee la define: intensa. Noches blancas de Dostoievski. Más allá de la mediocridad
de la palabra, lo que acontece se mide por
el grado de intensidad de la vivencia, o exageración para quienes no
experimentan tal trastorno. Si, trastorno, le gusta llamarlo trastorno porque
además de ser neurótica, depresiva e intensa, padece también de hipocondría, se encarga de tener más enfermedades y
problemas de los que tiene realmente, o piensa que tiene, o le gustaría no
tener. En fin, cuando escribe es porque lo siente en el cuerpo,
literalmente, sufre de asfixia,
parálisis, le tira la sangre, los músculos, los huesos quiebran. Todavía no
entiende la relación que existe, o no,
entre su cuerpo y su cabeza. Escribe,
desde que tiene uso de la razón, o la irracionalidad. El sábado va ir a leer un par de cosas en
público por segunda vez, la primera fue de improvisto en un evento de amores
suicidas pero estaba borracha. Quizás tome algo antes de ir. Desconfía de su talento, y del habla. No
puede hablar de ella sin mencionar como se siente, y a veces, las palabras no
alcanzan.
Sería mejor que se llevara mejor consigo misma. Se nota que tiene un conflicto interno.
ResponderEliminarUn abrazo.