viernes, 25 de diciembre de 2015

noche buena.

Otra vez soy dueña de las palabras mientras el sol oculto suda en mi cuello. Me disuelvo en el paladar,  apretó los dientes, muerdo, el gusto agrio de la eternidad se mezcla con el deseo profundo de muerte, me hago grande. La sombra de los pasos no es mi cuerpo, es un gigante, y con la mente elevada, altanera, imperial, caigo en una cuenta regresiva a la noche. La luna sobre mi cabeza,  tiembla.  Blanca,  irradiando, se cubre y se descubre a una velocidad  más rápida que un helicóptero que pasa y mis sentimientos efímeros atravesados con su luz, intensa. Se implanto el impulso,  así como las imágenes de dolor desgarrante, de recuerdos certeros, vergonzosos. Se implanto desprendiéndose.  Sin ir a el, abro un libro buscando  una foto.  Hay una línea de tierra. Los fuegos artificiales estallan en el cielo, lejos, desde la terraza. Me agarro de la baranda,  me desprendo. No me siento caer,  soy mente, y el cuerpo, el peso del cuerpo es otra intervención de lo externo que manejo. Giro en un cable de una a punta a otra, confiada, me desplomo. Abajo, una pareja suelta un globo, después otro y se prende fuego. Se abrazan y miran, no el cielo, el incendio. La besa en la frente. La cumbia ensordece, me tiro al suelo, alguien que habla deambula a mi alrededor. Lejos de aturdirme, no espero nada. Las piernas se hunden, y los brazos.  En el barullo agudizo los oídos al sonido amenazante de cucarachas amotinadas en los rincones. Sale la primera, la mato con la mano sin verla. La muerte se hace presente con apetito a lejanía, o parálisis. Duermo, con los ojos abiertos, la luna nos aplasta, en los festejos, se acerca.  me cubre como una manta obstruyendo el aire con excedente. Desaparece el impulso. Ya no me elevo, es la noche la que atraviesa, baja  la terraza hasta mi cama, apuñalante. Repito. El cuerpo permanece  intacto, y las cucarachas, petrificadas. 

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