Sin haberlo visto más que por
fotos engañosas, pude reconocer su
figura a la distancia y enamorarme. No era necesario que venga hacia mí, que me
dé un beso cerca de los labios agarrándome del hombro, ya lo amaba en su
caminar erguido y toda esa imagen ilusoria que forme de el antes de conocernos. Costeamos la plaza, nos sentamos en un banco
para no olvidar las formalidades, dos perros jugaban con su dueño, me reía de nervios viendo pasar la pelota de un lado a otro y
los perros saltando casi alcanzando el cielo, y yo también, escuchándolo hablar mientras miraba impenetrable mi perfil- Después de desnudar la banalidad protocola y
evadir las inseguridades con oraciones
bien pensadas que no hacen más que defendernos y justificarnos, volvimos a
caminar, compramos cervezas, subimos al ascensor donde apenas entrabamos
parados, y por reflejo del vidrio su
mirada gastada, cansada, malévola se incrusto en mi pecho. Ya adentro, sentados, uno frente al otro, sus manos
tomaron las mías y de la manera más torpe se acercó queriendo agarrar mi cintura,
nuestros ojos se tocaron antes que nuestros cuerpos, entonces supe en ese mismo
momento que nada de lo que pudiera hacer me alejaría jamás, que iba a
lastimarme, enterrarme en lo más hondo de la autoestima, de las palabras, de la
ausencia, y ya sometida me arrastraría disimulada a sus pies, atenta
a su sombra, débil ante su imagen. Sus
labios tocaron los míos y comencé a temblar, nos paramos y caminamos de espalda
mientras me despedia de la campera de cuero usada, y caíamos en la cama. Se
acercó al ventanal y desnuda ante el quise cubrirme las tetas, las cortinas se
cerraron, y ni el, ni el exterior me vieron realmente, como un animal salvaje
que ya encontró y deseo a su presa fue
directo hacia mí, devorándonos mientras me olvidaba. Con el tiempo su imagen
ideal fue tomando el aspecto de la moustrocidad, las lejanías temporales se
hicieron cada vez más largas y el
extrañamiento cubrió de ansiedad mi cuerpo ya enfermo. Me sentía tubercula
frente a sus ausencias prolongadas, sus
afirmaciones frívolas y sus negaciones rotundas, desinteresadas. Comencé a pensar que no era más que material
de mi cabeza atolondrada, obsesionada, que en realidad no reencarna en el
la perfección, la inteligencia, la belleza, sino el ideal, la necesidad de mi
alma vacía hacia un amor real, que como
todo lo real debe elogio al desangre, al
degüello. Entonces sus afirmaciones
dejaron de ser tan frívolas, sus
negaciones tan rotundas, nuestros encuentros tan especiales. Estar tirados en
un monoambiente no es el reflejo del romanticismo,
pero nunca busque más que eso, ni soñé más que con sus piernas desnudas
cantando Tom Waits. La negación, la costumbre, la desesperanza, la desesperación, la rendición ante los pies que beso como fuente de sabiduría; la
intensidad, o la exageración de la intensidad, se apodera de la desdicha de la
no correspondencia entonces traspongo incansable el rechazo sobre el ser cognoscible.
Hago la distancia eterna en mi inventario
y el mínimo desliz
inoportuno, aplastado por la
oscuridad del acontecer y el vicio, hace
aparecer su imagen otra vez frente a mi cuerpo. Frívolo,
rotundo, desinteresado, lleno de poder
que lo enerva de pasión y de odio efímero, me asfixia, me arranca el collar mientas
cabalgo extasiada sobre él, se ríe del color de mis uñas, de mis axilas
depiladas, me abraza con la fuerza mortal de la despedida hasta dormirse y abandonarme en el ensueño, en la espalda. Dejo de querer volverme inolvidable para
súbdita entregarme a sus placeres. Si me pregunta no puedo responder por más
que sepa cómo hacerlo o pueda armar con ello la tesis de mi vida, porque todo
en mí, lo que en mi corresponde, corrompe, me define, se ve anulado por el tono de su voz que
juzga, el calor de su cuerpo, y sus ojos
que ocultan. Lamento, rompo en llanto por
decepcionarlo, por no poder
devolver lo que el tampoco me da y todo
el tiempo imagino; pero como puede alguien, con tal grado de
soberbia, pretender mirarme el culo y conocer mis dolencias?
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