sábado, 7 de enero de 2017

Memorias



    Movilización en la calle, los cuerpos encadenados, las rodillas en el suelo, las espaldas se balancean de un lado a otro hasta recuperar la postura y salir  en marcha al son del grito voraz que trae la protesta.  Camino  entre la multitud con extrañeza, seres protestantes, reclaman.  Nacieron para eso, la liberación en su sentido más amplio. Las voces al unisonó, los bombos, pum, pum, pum, mis pies saltan,  vibran  en el calor del cemento y la tensión dirigida de los cuerpos.  Vuelvo al origen de la conciencia preguntando quien soy. No defiendo mis ideales ni el ideal colectivo, solo camino, otra vez,  extrañada.  Paro en  el único bar sin fila para  entrar al baño. Luces blancas, paredes blancas, uniformes blancos, azulejos brillantes en los pisos; me enjuago el rostro y lo pierdo en el reflejo del espejo con un fondo de puertas blancas y cerradas.  Siento deseos vanos  por defecar  y  el estomago  terco, hinchado,  incapaz de hacer fuerza por un poco de bienestar. Alivio  al sentir las gotas de agua y lavandina chorreando por la frente, la  nuca, la nariz,  la boca, los parpados, las pestañas, un poco en los brazos, las manos, la piel  resurge ante el impacto inmediato de mojarse.  No siento cuando se  vuelve seca. Otra vez  el afuera sobrehabitado, el temblor de las piernas, la sudoración. Un protestante con la cara pintada ventila por el aire de sus gritos mi presencia caliente, estropeada. El sabor amargo de la estática y el sabor a muerte del pánico. Quisiera volver corriendo al segadero de luz  blanca. Pum, pum, pum, los cuerpos se alejan arrastrando el mío a saltos continuos de impotencia y me siento un poco en casa. / Transcribo memorias sin tiempo ni espacio, inasibles,  quizás.  Necesidad de  entender  que es sentirse en casa. Recuerdo otra vez la impotencia, la casa,  mi temple resignado  a la incomodidad de no pertenecer a la reunión inextinguible de monos masticando, burlándose, regocijándose en la ignorancia. Vuelvo a los orígenes, veo el vientre con asco,  puedo sentir el empujón  que me expulsa, las manos ajenas en guantes de látex hipolergenicos, toda la baba, la mucosa, el baño de sangre, el confort del no existir abolido. Los ojos de tortuga progenitores me miran por última vez.  Avanzo   en la memoria atemporal hasta encontrar la mitad del cuerpo de una tortuga en el patio de la casa, los ojos culposos de mi perra  tirada en el pasto y la panza al sol; recuerdo el sentimiento de tristeza, de impresión y el placer que trajo la muerte. / Suspire. El gato dejo de ronronear sentado en mi oreja. Lo escuche: se termino. Cuando llegue, hermana estaba siendo asistida en una camilla, ya no se escucha el respiro insoportable de agonía en la otra cama, por lo menos en la habitación real. La sabana no cubría el rostro del hombre frio.  Hubo silencio y  una canción lirica moderna  sonando  en la radio.  Un ángel me rozo la espalda. No fue el perdón. Me siento atrofiada en este recuerdo que se interpone con el  frio del mar , el frio de la piel rendida, el frio que produce la falta de paredes rodeando el hospital, el descampado habitado por la miseria y el miserable,  mas tarde, en llamas./  

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