Movilización en la calle, los cuerpos
encadenados, las rodillas en el suelo, las espaldas se balancean de un lado a
otro hasta recuperar la postura y salir
en marcha al son del grito voraz que trae la protesta. Camino
entre la multitud con extrañeza, seres protestantes, reclaman. Nacieron para eso, la liberación en su
sentido más amplio. Las voces al unisonó, los bombos, pum, pum, pum, mis pies
saltan, vibran en el calor del cemento y la tensión dirigida
de los cuerpos. Vuelvo al origen de la
conciencia preguntando quien soy. No defiendo mis ideales ni el ideal
colectivo, solo camino, otra vez,
extrañada. Paro en el único bar sin fila para entrar al baño. Luces blancas, paredes
blancas, uniformes blancos, azulejos brillantes en los pisos; me enjuago el
rostro y lo pierdo en el reflejo del espejo con un fondo de puertas blancas y
cerradas. Siento deseos vanos por defecar
y el estomago terco, hinchado, incapaz de hacer fuerza por un poco de
bienestar. Alivio al sentir las gotas de
agua y lavandina chorreando por la frente, la
nuca, la nariz, la boca, los
parpados, las pestañas, un poco en los brazos, las manos, la piel resurge ante el impacto inmediato de
mojarse. No siento cuando se vuelve seca. Otra vez el afuera sobrehabitado, el temblor de las
piernas, la sudoración. Un protestante con la cara pintada ventila por el aire
de sus gritos mi presencia caliente, estropeada. El sabor amargo de la estática
y el sabor a muerte del pánico. Quisiera volver corriendo al segadero de
luz blanca. Pum, pum, pum, los cuerpos
se alejan arrastrando el mío a saltos continuos de impotencia y me siento un
poco en casa. / Transcribo memorias sin tiempo ni espacio, inasibles, quizás. Necesidad de
entender que es sentirse en casa.
Recuerdo otra vez la impotencia, la casa,
mi temple resignado a la
incomodidad de no pertenecer a la reunión inextinguible de monos masticando,
burlándose, regocijándose en la ignorancia. Vuelvo a los orígenes, veo el
vientre con asco, puedo sentir el
empujón que me expulsa, las manos ajenas
en guantes de látex hipolergenicos, toda la baba, la mucosa, el baño de sangre,
el confort del no existir abolido. Los ojos de tortuga progenitores me miran
por última vez. Avanzo en la
memoria atemporal hasta encontrar la mitad del cuerpo de una tortuga en el
patio de la casa, los ojos culposos de mi perra
tirada en el pasto y la panza al sol; recuerdo el sentimiento de
tristeza, de impresión y el placer que trajo la muerte. / Suspire. El gato dejo
de ronronear sentado en mi oreja. Lo escuche: se termino. Cuando llegue,
hermana estaba siendo asistida en una camilla, ya no se escucha el respiro
insoportable de agonía en la otra cama, por lo menos en la habitación real. La
sabana no cubría el rostro del hombre frio.
Hubo silencio y una canción
lirica moderna sonando en la radio.
Un ángel me rozo la espalda. No fue el perdón. Me siento atrofiada en
este recuerdo que se interpone con el
frio del mar , el frio de la piel rendida, el frio que produce la falta
de paredes rodeando el hospital, el descampado habitado por la miseria y el
miserable, mas tarde, en llamas./
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