miércoles, 23 de marzo de 2016

MIEDO

Temías trasgredir el asco, y es la comunión quien te persigue. Es el momento donde todo lo establecido cae, empiezan a cambiar los conceptos sin ser aniquilados. Aparecen, entonces, conceptos idénticos con significados contrariados. El valor se presenta en su forma materializada más pura, la humana. El hombre arrebatando una vez más al ser creado, solitario. Lo externo entrando al círculo vital como en un aura, generando las próximas excepciones. De igual modo nada es general,  es el yo más uno el que penetra en el inventario, el resto pertenece para siempre a la mediocridad inmortal. Las pesadillas tienen la forma aniquilada del nuevo ser, que deambula por ellas primero como intruso, luego como un recuerdo, y al final como un anhelo enfermo. Las manos cubriendo su cintura acompañan la vigilia del ensueño, pero hay un lugar imprevisible aun entre nosotros, la distancia neurótica sigue siendo el enemigo. La no conciliación entre las partes en la inconsciencia, provoca el atolondramiento, por lo tanto continua la asfixia, el pánico al futuro, al mañana, al minuto siguiente. Me aferro como una garrapata a su cuello esperando así retenerlo, detenerlo el tiempo, sin embargo no hago más que volverme consciente de mi condición sobre la línea de tempo reaccionaria, la estática es una ilusión del cuerpo, en el más mínimo detalle nuestro rostro móvil cambia a la par del reloj vital.  PADECEMOS!. Padecemos el estar, por temor al no estar, padecemos la separación de la piel, de los labios, padecemos el dormirnos, el celo, el desvelo. Inadmisible es perder cada instante. Las lágrimas me despertaron antenoche presionando su mano diminuta. Recuerdo aun su cuerpo destrozado repleto de sangre junto a mis piernas, el dolor de las rodillas quebrando en el pavimento. Escucho el sollozar de mi garganta en cada hueco de silencio. Lo vi, en esa imagen chata desprovista de originalidad, vi la monstruosidad del ser amado falleciendo, otra vez. La monstruosidad del ser amado reencarnando y falleciendo. Vi el alma escaparse de mis ojos, sentí el deseo incontrolable de apuñalarme en el pecho. Me veo trastornada por la inmediatez del tiempo que aplaca nuestra presencia con la sombra de la parca. Es el miedo, sentimiento eterno, quien perdurara la muerte. Incluso tras dar el último respiro, prevalecerá el temor a la mortal desdicha. Hubo un momento en que nada de eso podía atormentarme más que en la no trascendencia del ego dañado que agotado caía en conformismo. Ahora, luego del sueño agonizante destruyendo tomo mi amor, la muerte, azarosa, se vuelve contra mí, se presenta tenebrosa ante aquella antigua mirada insípida. El yo engendrado se ve en ruinas con la imagen proyectada de la correspondencia. El alma única, deleitada, rebalsa frente a la compasión, frente al sufrimiento compartido por el indescifrable devenir. De sangre se cubrió la almohada, y más tarde, en un despertar onírico, de lágrimas. ¡Amado despertar! el dolor podría habernos matado! llegas justo para volver hacia mí la realidad, la falsa tranquilidad de un porvenir no explorable; traes ya contigo la caricia fraterna carente de culpa, como paños de agua fría luego de una insoportable cefalea. Aun así, es efímera la calma, el paño húmedo hierve sobre los parpados, la posibilidad subsiste incrustada entre mis ojos, presionándome en la nuca, aplastándome en el pecho; subsiste, el cuerpo desparramado junto a mis pies, la súplica al no existir, la soledad resentida haciendo estallar los vidrios con venenosas carcajadas ante mi atroz debilidad.

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