Si termino de leer y me inclino hacia atrás con
los ojos cerrados sobre el respaldo de la silla; si flexiono las rodillas y
reposo mis pies sobre la mesa; si luego abro los ojos, inclino la cabeza y miro
hacia arriba; puedo ver el cielo más oscuro entre las ramas de un árbol. Ese árbol tiene hojas porque es enero, está oscuro
porque paso el tiempo y el cielo se
esconde tras estos parámetros porque
estoy en el patio de mi casa. El razonamiento nos excede. Si cierro los ojos de
vuelta con fuerza, y me imagino un
foco rojo arriba de mi cabeza, el sonido monótono de mi mano
golpeando la madera de una mesa que no
es la misma donde reposo mis pies, porque mis pies están revotando sobre un
piso de cerámica en un mismo ritmo;
nadie puede negarme que no estoy acá, al menos que abra los parpados nuevamente
y me encuentre atrapada en el ramal. Y
si me enredo mas al fondo, entre mis pensamientos y las ramas uniformes, si me enredo mas a
ellos y me trasporto con la mente otra vez al foco rojo con las pupilas
abiertas enormes e inmóviles, quien puede negarme que no estoy siendo
encandilada por la luz roja? Si aniquilo toda realidad y solo queda la razón,
nadie puede negarme que no estoy donde estoy porque no hay tal sitio. Soy razonamiento. Soy no estar-

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