domingo, 29 de enero de 2017

Memorias: Tia Olga

   Escribir da asco, sonreír da asco, llorar da asco, sufrir tanto, fingir. Necesito desaparecer.  Que nadie me conozca, ni siquiera yo.  No es  posible, ya está hecho.  De igual modo,  si no me voy, la enfermedad será quien me lleve.  Padezco de mí y es terminal. Los parpados están secos, la piel se extingue, mis dientes se pudren, tengo salpullido desde el cuello hasta cerca de los labios, moretones atrás de las rodillas que apenas me dejan desplazarme de la cama al sillón.  Zambullirme bajo el agua me genera alivio y placer,  y el placer me produce desprecio.  El cuerpo cayendo, los ojos cerrados, la pronta entrega, los pies que se mojan primero, el movimiento gravitatorio del pelo que sube y baja  y el peso del agua lo mantiene pegado a mi rostro  y algunas canas flotan en el borde. Todo resulta ordinario. Voy a morirme en un vomito si no desaparezco.
      Los que conocía ya se despidieron y me importo un carajo, me despedí de ellos hace rato, porque ellos así lo quisieron. Estoy sola con un pucho  sin filtro quemándome la yema de los dedos, las palmas de la mano inundadas de lavandina, amarillas, secas, descascarándose, las venas sobresalen de la muñeca y  también de los brazos.  Una carta está por llegar pronto a la casa anunciando mi muerte…  Con incognitos , por supuesto: por favor… presentarse urgente… por su último estudio de sangre…  y firma el nombre del hospital, entonces  sé que eso requiere de tratamiento para extender mi permanencia vana  acá en  tierra firme, lugar desconocido o demasiado cercano… requiere  hacer doler más los huesos  pero yo prefiero secarme de a poco y un dia simplemente no estar.

Para ese entonces voy a estar lejos,  mama probablemente reciba el sobre y olvide leerlo. Un día mientras  saque la basura se acordara de mí y como obra del falso destino ahí estaré: estimada Solange, por favor presentarse urgente, por su…. .   Medio papel está invadido de gusanos blancos carnívoros anunciando mi putrefacción. Algo apenas  podrá distinguir y pensara que me fui para no hacerla  sufrir otra extensa agonía. sé que disfrutara el drama. La verdad  mama es que hace  tiempo agonizo, junto al nacimiento de la razón y la conciencia de vivir, no pretendo que en mi lecho de muerte me comprendas, divaga de mi  lo que siempre pensaste: loca, exagerada, egoísta que hasta último momento te mantuvo preocupada y padeciendo,  sola.  Cuando la notificación hable de mi cuerpo estancado y seco  en la boca de un rio, recuerden también el cuerpo de  tía Olga hundiéndose y volviendo ahogado a la orilla. Ella lo predijo todo esa mañana que escape, ella sabía dónde yo estaba apenas conociéndome. Tenía menos de dos años  y caminaba hace año y medio, decía algunas palabras, bailaba extasiada entre los grandes, servía empanadas de copetín en mi cumpleaños y sabía que si me acercaba al rio y caía no sabría jamás como  volver a la orilla y no podría ver ni las lágrimas de mama, de abuela, de enfermo, ni el crecimiento de Sasha, mi primer mascota  que más tarde huyo. Lo que si pude ver fueron  los ojos comprensivos de tía Olga cuando corriendo vino a mi rescate y probablemente  una  milésima de segundo antes de ahogar al fin sus pensamientos, recordó que ese día solo bastaba que me diera un  minuto mas de ventaja para salvarme.  Tomen esa foto que ella  saco  a mi diminuto entendimiento sentada  al borde del rio donde pronto se pararía para desaparecer, miren  la inocente mirada contemplando el agua dulce  y podrida de ese rio desconocido, el vestido blanco y rojo como la piel fría, la sangre y  el cuarto de revelado. En ese instante comenzó la agonía en mí y  tía Olga.

Cuando ella se fue nadie me lo dijo porque creyeron que no tenía relevancia. Lo nuestro es un secreto ajeno incluso para tía Olga.  Me entere años después por casualidad en un almuerzo familiar, de los pocos que fui. La compararon conmigo por la fotografía y  el silencio. Mi abuela me dio la cámara dónde se registró ese instante de muerte próxima y colectiva.  Rompí el lente cuando se me resbalo de las manos apenas la tome,   y  entendí, o me convencí, de  que nadie más debía ser condenado con el mismo disparo.  Ni espacios ni personas. Ese día un montón de ideas parecieron cobrar sentido o justiciarse.  En un rollo viejo encontré fotos quemadas de perros disfrazados de marido y mujer, había registros  de casamientos  y hasta la  presencia repetida de un cura canino bendiciendo la unión. Tía Olga fue para mí una remota desconocida  por lo menos en este plano, si de planos se trata... Sin embargo cuando escucho  su nombre mi  corazón late más fuerte. Cierro los ojos y los latidos  son como ecos en mi cabeza. Mi cuerpo se aleja pero mi corazón late con la intensidad de la admiración y el recuerdo extraño del suceso,  real o no, de su mirada comprensiva a través de la cámara. 




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