domingo, 30 de agosto de 2015

ACTO I

   La intensidad, cualquiera sea el grado,  me asfixia. Un suceso o el otro es igual. Fabrico liquido biliar en la nunca. Vomito incansablemente para respirar. Cada  objeto está  puesto acá para que  lo manipule, lo enferme. Material, inmaterial, carne viva.  Cada detalle se planteó  a priori  ante a mí. Y ahora?  Que puedo reciclar de esta basura que yo misma pudrí? Parece todo desvanecerse, o inmovilizarse de acuerdo a mi ánimo.   Depende de mí. Se trata siempre  de mí. Y no es algo nuevo lo que descubro ahora  en la cama con el foco de luz quemándome los ojos, NO.   Tengo la paranoia suficiente para sospechar que soy la poseedora de una maqueta que es mi cuerpo, sus entrañas,   mi decisión, y la de los otros. La desgarrante existencia a la que no me acostumbro, empieza a mostrar sus hilos. De un momento a  otro caigo en la cuenta de que el poder  me pertenece por sobre la tierra súbdita. El ejercicio delator es volver una y otra vez sobre la misma idea. Que es lo que no digo? Soy impune. Primero,  hay que manejar la ansiedad absurda, no puedo desarrollar nada si lo único que escribo son conclusiones. A partir de este momento, todo acontecimiento será puesto en evidencia sin omitir ningún detalle,  sin disociar con la realidad. Pero ojo, la realidad no es más que una acumulación de experiencias y especulaciones que me son propias, las creo.  Perdón, no quiero decepcionar, ya escribí el primer acto que culmina mi eterna introducción.


Acto I
  
   No pude salir de casa. Temo no ser más que un trastorno depresivo. Un imán me atrae hacia el suelo, el colchón tiene el hueco enorme de mi masa culear. No quiero ser alguien más que escribe todo lo que piensa sin un mínimo de  filtro. No se escribir, lo necesito. Necesito perdurar más allá de mi cuerpo. No le tengo miedo a la muerte, me preocupa la forma, que me haga consciente de su presencia. Que la vea venir, verla venir y justo en ese momento querer respirar un par de meses más. Morir pensando en la mejor obra jamás realizada, sin trascender. Hace varios días sufro un trastorno físico, no puedo controlarlo por eso me altera. No importa que esté haciendo, sucede. La última vez fue en el aula, me puse  dibujar mientras el resto preguntaba estupideces,  ya discutidas. . Cerca  de la facultad están edificando, entre el barullo, se escuchaba la motosierra y un golpe monótono, pum, pum, pum. De repente no escuche más que eso, perdí la capacidad de procesar el habla, los veía modular, sentía el aire salir de sus bocas, pasar por la garganta, y las partículas de oxigeno parecían materializarse en la atmósfera, pero todo sonaba a zumbido, menos el golpe pum, pum, pum. Cuando volví a la hoja no podía manejar el lápiz,  las manos. Me esforzaba, mi alrededor era un sofocante temblor. Me inmovilice y  hasta que pude salir paso más de una hora.  Me cuesta explicar la sensación con exactitud,  creí que podía desmayarme ahí,  y no volver nunca.  Y así  unas diecisiete veces más, en el tren, dormida, caminando. Ir caminando y quedarme parada en el medio de la avenida, que suenen las bocinas, que me empujen, caer de rodillas sobre las escaleras, que me hablen sin que pueda contestar, puedo ver; veo sus caras, veo el cemento, veo el cielo, la tierra, y me quiero tirar al mar, o salir corriendo, sumergirme, o llenarme de polvo. Un cachetazo, un impulso, algo que me lleve al plano de la acción, mi cerebro sigue funcionando incesantemente, pero no puedo reaccionar. Esto no es un ataque de pánico, no. Mi existencia no es tan chata como un mero diagnóstico. Es nada, y  todo esto es una mierda. Voy a prender fuego  todos los papeles sin imprimir. Que se quemen, se desintegren, se extingan. Quiero volarme los sesos, arrancarlos con las manos, clavarme las uñas en la frente con tanta fuerza que pueda extirparlos. Triturarlos, escupirlos hasta agotar la saliva de toda la humanidad.
Deshidrata, nadie hablara.



(Silencio)




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