La intensidad, cualquiera
sea el grado, me asfixia. Un suceso o el
otro es igual. Fabrico liquido biliar en la nunca. Vomito incansablemente para
respirar. Cada objeto está puesto acá para que lo manipule, lo enferme. Material,
inmaterial, carne viva. Cada detalle se
planteó a priori ante a mí. Y ahora? Que puedo reciclar de esta basura que yo
misma pudrí? Parece todo desvanecerse, o inmovilizarse de acuerdo a mi
ánimo. Depende de mí. Se trata siempre de mí. Y no es algo nuevo lo que descubro
ahora en la cama con el foco de luz
quemándome los ojos, NO. Tengo la
paranoia suficiente para sospechar que soy la poseedora de una maqueta que es
mi cuerpo, sus entrañas, mi decisión, y
la de los otros. La desgarrante existencia a la que no me acostumbro, empieza a
mostrar sus hilos. De un momento a otro
caigo en la cuenta de que el poder me
pertenece por sobre la tierra súbdita. El ejercicio delator es volver una y
otra vez sobre la misma idea. Que es lo que no digo? Soy impune. Primero, hay que manejar la ansiedad absurda, no puedo
desarrollar nada si lo único que escribo son conclusiones. A partir de este
momento, todo acontecimiento será puesto en evidencia sin omitir ningún detalle,
sin disociar con la realidad. Pero ojo,
la realidad no es más que una acumulación de experiencias y especulaciones que
me son propias, las creo. Perdón, no
quiero decepcionar, ya escribí el primer acto que culmina mi eterna
introducción.
Acto I
No pude salir de casa.
Temo no ser más que un trastorno depresivo. Un imán me atrae hacia el suelo, el
colchón tiene el hueco enorme de mi masa culear. No quiero ser alguien más que escribe
todo lo que piensa sin un mínimo de
filtro. No se escribir, lo necesito. Necesito perdurar más allá de mi
cuerpo. No le tengo miedo a la muerte, me preocupa la forma, que me haga consciente
de su presencia. Que la vea venir, verla venir y justo en ese momento querer
respirar un par de meses más. Morir pensando en la mejor obra jamás realizada,
sin trascender. Hace varios días sufro un trastorno físico, no puedo
controlarlo por eso me altera. No importa que esté haciendo, sucede. La última
vez fue en el aula, me puse dibujar
mientras el resto preguntaba estupideces, ya discutidas. . Cerca de la facultad están edificando, entre el
barullo, se escuchaba la motosierra y un golpe monótono, pum, pum, pum. De repente no escuche más que eso, perdí la capacidad de procesar el habla, los
veía modular, sentía el aire salir de sus bocas, pasar por la garganta, y las
partículas de oxigeno parecían materializarse en la atmósfera, pero todo sonaba
a zumbido, menos el golpe pum, pum, pum. Cuando volví a la hoja no podía
manejar el lápiz, las manos. Me
esforzaba, mi alrededor era un sofocante temblor. Me inmovilice y hasta que pude salir paso más de una hora. Me cuesta explicar la sensación con
exactitud, creí que podía desmayarme
ahí, y no volver nunca. Y así unas
diecisiete veces más, en el tren, dormida, caminando. Ir caminando y quedarme
parada en el medio de la avenida, que suenen las bocinas, que me empujen, caer
de rodillas sobre las escaleras, que me hablen sin que pueda contestar, puedo
ver; veo sus caras, veo el cemento, veo el cielo, la tierra, y me quiero tirar
al mar, o salir corriendo, sumergirme, o llenarme de polvo. Un cachetazo, un
impulso, algo que me lleve al plano de la acción, mi cerebro sigue funcionando
incesantemente, pero no puedo reaccionar. Esto no es un ataque de pánico, no.
Mi existencia no es tan chata como un mero diagnóstico. Es nada, y todo esto es una mierda. Voy a prender
fuego todos los papeles sin imprimir.
Que se quemen, se desintegren, se extingan. Quiero volarme los sesos,
arrancarlos con las manos, clavarme las uñas en la frente con tanta fuerza que
pueda extirparlos. Triturarlos, escupirlos hasta agotar la saliva de toda la
humanidad.
Deshidrata, nadie
hablara.
(Silencio)
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