jueves, 9 de julio de 2015

no elogio a la espera.

Estoy tirada hace doce horas. Hace frío, transpiro. No puedo dormir. Somnolienta, espero. Todo en mí fluye con gusto acetona. Me encierro tanto, tan adentro, que con las rodillas podría perforarme el pecho. Pero no. Eso que flexiona mis piernas, que detenía el aire entre mis tetas, ahora tiene la apariencia de dos bolas enormes. Me estiro. Pero no. Si recupero la postura, la acetona va empezar a oler a cloaca, y la cloaca nos quema las narices. Si recupero la postura, los gemidos de dolor van a penetrar otra vez mi mente, y todo lo bueno se va ir. Otra vez- Qué asco me da la presencia moribunda de la espera.- Expectante, sonámbula.-
 Camino erguida la calle oscura, buscando. Me enjuago con vino los agujeros de la nariz, la lengua, la almohada que es este piso mugriento. Me acopló al sabor de un patero dulce barato.- También tiene gusto a enfermo.- Quiero vomitar y me atraganta el exterior desolado de mi. Los puestos, los feriantes, las manos, me son extrañados. Trago todo el líquido espeso de mi garganta. Y sigo. Sigo caminando en la oscuridad en busca ya de una bala perdida que me perfore la vesícula. Retorcerme sobre los pies, caer con una mano en el estomago y morir con ese último alarido de dolor desollante que me repugna. Que me repugna como la celebración de la vida, la exageración, ese creerse parte  indispensable del mundo. La fe. Me repugna la prolongación de la existencia, el querer prolongar la existencia. Ese querer vivir sufriendo (más tiempo). Fastidiar. Envenenar nuestro cerebro, mi cerebro con la misma mierda de siempre. Es que la muerte o la presencia no cambia nada en la somnolencia de los consientes. El asco es el mismo, la marca es la misma y está sellada con fuego inagotable. Nunca, nada, va detener la cefalea de mis sesos, al menos que cedamos. Que cedamos de tu carne. -Entrégate: pobre, cadavérico, desalmado, intrascendente, tuberculoso. Entrega tus ojos llorosos, con brillo de culpa.-
 Sigo caminando. Soy un zombie más que deambula la avenida tempestosa del tiempo que no sucede. Recuerdo una voz silbando y “lo malo de dormir es despertar en el mismo lugar”.  Este detenimiento va acabar con mi cráneo mareado. El vino me hirvió los  riñones, y delante de mí ahora hay una puerta y la música detonante  que la traspasa me obliga a saltar. Salto en la baldosa desdibujada frente al garaje  chocándome con mi propia sombra en las paredes. No hay calambres, no hay quietud, y en el movimiento, puedo sentir como la acetona contamina el aire.


** Hasta cuándo? Sacudo el pelo y parece que se desprende, mi cuello contracturado parece que se desprende. Mis brazos se desprenden contra el cemento, la chapa. Hay un eco en mis oídos. Me ensordece pero no me detiene.  Es un soplido. Me perfora,  pero no me detiene. La lluvia que no cae, el temblor que no destruye, el vino que no escupe, la acetona.. la sal.. el miedo, la puta esperanza. 

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