Estoy tirada hace doce horas. Hace frío, transpiro. No
puedo dormir. Somnolienta, espero. Todo en mí fluye con gusto acetona. Me
encierro tanto, tan adentro, que con las rodillas podría perforarme el pecho. Pero
no. Eso que flexiona mis piernas, que detenía el aire entre mis tetas, ahora
tiene la apariencia de dos bolas enormes. Me estiro. Pero no. Si recupero la
postura, la acetona va empezar a oler a cloaca, y la cloaca nos quema las
narices. Si recupero la postura, los gemidos de dolor van a penetrar otra vez
mi mente, y todo lo bueno se va ir. Otra vez- Qué asco me da la presencia
moribunda de la espera.- Expectante, sonámbula.-
Camino erguida la
calle oscura, buscando. Me enjuago con vino los agujeros de la nariz, la
lengua, la almohada que es este piso mugriento. Me acopló al sabor de un patero
dulce barato.- También tiene gusto a enfermo.- Quiero vomitar y me atraganta el
exterior desolado de mi. Los puestos, los feriantes, las manos, me son
extrañados. Trago todo el líquido espeso de mi garganta. Y sigo. Sigo caminando
en la oscuridad en busca ya de una bala perdida que me perfore la vesícula.
Retorcerme sobre los pies, caer con una mano en el estomago y morir con ese último
alarido de dolor desollante que me repugna. Que me repugna como la celebración
de la vida, la exageración, ese creerse parte
indispensable del mundo. La fe. Me repugna la prolongación de la
existencia, el querer prolongar la existencia. Ese querer vivir sufriendo (más
tiempo). Fastidiar. Envenenar nuestro cerebro, mi cerebro con la misma mierda
de siempre. Es que la muerte o la presencia no cambia nada en la somnolencia de
los consientes. El asco es el mismo, la marca es la misma y está sellada con
fuego inagotable. Nunca, nada, va detener la cefalea de mis sesos, al menos que
cedamos. Que cedamos de tu carne. -Entrégate: pobre, cadavérico, desalmado, intrascendente,
tuberculoso. Entrega tus ojos llorosos, con brillo de culpa.-
Sigo caminando. Soy un
zombie más que deambula la avenida tempestosa del tiempo que no sucede. Recuerdo
una voz silbando y “lo malo de dormir es despertar en el mismo lugar”. Este detenimiento va acabar con mi cráneo mareado.
El vino me hirvió los riñones, y delante
de mí ahora hay una puerta y la música detonante que la traspasa me obliga a saltar. Salto en
la baldosa desdibujada frente al garaje chocándome
con mi propia sombra en las paredes. No hay calambres, no hay quietud, y en el
movimiento, puedo sentir como la acetona contamina el aire.
** Hasta cuándo? Sacudo el pelo y parece que se
desprende, mi cuello contracturado parece que se desprende. Mis brazos se
desprenden contra el cemento, la chapa. Hay un eco en mis oídos. Me ensordece
pero no me detiene. Es un soplido. Me perfora,
pero no me detiene. La lluvia que no
cae, el temblor que no destruye, el vino que no escupe, la acetona.. la sal.. el
miedo, la puta esperanza.
:))
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