No puedo evitar el fuego. Todo se quema, me consumo,
soy más cenizas bajo la llama. Naranja,
rojo, amarillo, sangre, carne sin piel, tripas
de gusanos, escarabajos. No parpadeo, me arden los ojos. No parpadeo
nunca. No puedo evitarlo, no puedo evitar el fuego que me destruye y se reaviva
incesante en el tiempo.
Hay cada vez mas papel para tirar, cada vez mas ramas, mas dedos, mas
huesos, mas cuadernos viejos, mas notas, mas animales muertos, más moscas, mas
yerba, mas gomas pinchadas, mas plástico (cruel), mas carpetas, nunca libros,
nunca agua. Nunca agua, el agua es el suicida
bobo, intoxicado con melatol y sentado, sentado
en paralelo a la ventana, con una botella de whisky derrapada por el suelo, la
vista perdida en el cielo, en las rejas, en el edificio de enfrente, en la
vecina que no una usa cortinas
encremandose las piernas con amoniaco, en las rejas, adentro, y el teléfono,
que suena. El agua tiene el poder de
apagar el fuego, de anularlo todo sin destreza, de arruinar. Me hundo bajo el
sol.
Estoy sentada en un bar deviniendo el fuego.
Lo naranja, lo rojo, lo amarillo, lo violeta con la noche, el absurdo patio
vacio a mis espaldas, la multitud pegada y sobre la barra, las idiotas tomando agua, la
cerveza fría hirviéndose con el vaso de vidrio en el que se posa el big bang
sobre la vela. Tu cara detrás de mi reflejo, tu forma, tu cuerpo deforme que
baila, se achica, se agranda, se esfuma, amaga, me calienta. Como cuando todavía
eras un espectro, un espectro en mi cabeza quemada, mi cabeza, el incendio, la
leña del insoportable pensador, las ideas, los fundamentos, la basura, mas
basura, la cocaína, mas cocaína, menos neuronas débiles, mas histeria, mas prólogos,
los diálogos inconexos, mas oraciones, menos puntos, menos finales, mas
despedidas, mas llanto, mas porro, las risas, mas alcohol, mas inmundicia, mas
vomito sanador, mi mierda expulsada sobre
el escote gordo de una puta sumisa. Mis ojos quietos, nunca
parpadeo y mas tu rostro. Mas tu rostro
iluminando en la oscuridad que es la verdadera luz del día. Soledad.
Soledaaaaaaaaaad, no puedo evitar el fuego! Me quemo
las cejas, se me cayeron las pestañas. Cada vez esta más adentro, más cerca, más
acá, nunca tan lejos. Mi pálido semblante expectante, deseoso, ansioso por ver
la llama crecer, destruir el mecanismo propio de su existencia, tal como su creación,
no cesa. Soy un simio, un indio que contempla el tiempo prenderse, apagarse, y
volverse a prender anulando sin moral ni
justicia cualquier cosa que lo toque
,dejando en aquel rostro la marca del horror, el origen del caos, la humillación,
el nacimiento. Me sofoco, me quemo, el calor me sube por las rodillas, presiona
mi pecho, puedo olerlo, lo escucho en el aire viciado de ondas, como gas y explosión.
Mi vela está muerta alrededor del fogón
y de las mesas, la multitud sigue apilada, pegajosa sobre la barra, las idiotas
no terminaron sus botellas de agua envasada. ¡El fuego! ¡el fuego no se puede
envasar! aniquila, es anárquico. Soledad, TENGO LA RESPUESTA: con o sin
combustibles, con o sin personas, con o sin piedras, con o sin cubos de hielo, no
se puede ¡no se puede evitar el fuego!.
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