miércoles, 22 de octubre de 2014

Vino tinto, sangre.

  Miro por la ventana. El esta acostado asqueado de  imaginar mis vivencias. Sus ojos me desprecian.  Su boca gesticula la indiferencia. Yo sigo hablando, perdida en la ventana, y en la permanencia de mis piernas cansadas, que todavía, tiemblan.  El vidrio lo refleja y yo lo ignoro, paso por una esquina y agacho la cabeza.  No paso por ningún lado, sigo acá. Me imagino corriendo a buscar vino. Vuelvo con la bolsa negra entre las manos cubriendo la botella que arrebato desesperada. Muerdo el corcho, tomo del borde, trago. Una gota de vino me humedece el  labio inferior,  se seca, y silencio. El aun me contempla y se ríe sin empatía de mi ansiedad incontrolable. Sigo mirando por la ventana, me concentro en dos tipos que gritan, ambos miran hacia arriba justo sobre mi frente, me encierro tras  la cortina y me asomo de reojo, ellos están gritándose, de nuevo. Nadie más que él me mira. Me conformo con que me deje a  un lado, un rato o la eternidad,  si eso significa librarme de sus pupilas amarillas y perturbantes sobre mis glúteos mal tratados; sobre mis pies ásperos; sobre mis piernas con moretones; sobre  mi ombligo escondido; sobre mi concha caliente; sobre mis tetas caídas;  sobre mi cuello de dama  rasguñado; sobre mis labios hinchados y carnosos; sobre mis oídos aturdidos;  sobre  mi flequillo mal peinado hecho hacia atrás;  sobre mi brazo en  la ventana, nervioso, deprimido,  cayendo  y dejando caer el vino que no tomo… pero sigue ahí, insistente, cansado de que mi cuerpo desvanecido en deseos  aun exista. Su risa es ahora la seriedad que me apuñala. Me tapo con la bolsa negra los hombros y  busco mi ropa mal oliente. Baja la vista, sin tolerar mis movimientos torpes de virgen de doce años a punto de ser violada y acribillada. Aprovecho para huir. La puerta está cerrada, me escondo tras la pared, me  asomo. Lee mientras se rasca el mentón, ya no siente mi presencia. Lo sé,  porque está tranquilo. Cierra el libro, penetra la nada. Yo tengo un orgasmo. El se duerme,  lo abrazo en el anonimato de su pared mal pintada. Empunto los pies, corro a su lado y busco las llaves en su pantalón. Cuando las tengo, mi cara otra vez está pegada a la suya, le respiro cerca y siento el aire salir de su nariz y por su boca, entre abierta. Veo  las arañas sumergidas en saliva, acerco el dedo concentrada en su baba. Se inclina hacia el costado, me alejo un cuarto de centímetro. Con los ojos cerrados me cubre entre  las sabanas, y en posición fetal,  tomo sus manos y me acuesto.  Una voz gruesa de multitud  entra  en mi ausencia por el ventanal. ¡Están matando a quienes practican del amor sin amor!




No hay comentarios:

Publicar un comentario