Miro por la ventana. El esta acostado asqueado de imaginar mis vivencias. Sus ojos me desprecian.
Su boca gesticula la indiferencia. Yo
sigo hablando, perdida en la ventana, y en la permanencia de mis piernas
cansadas, que todavía, tiemblan. El
vidrio lo refleja y yo lo ignoro, paso por una esquina y agacho la cabeza. No paso por ningún lado, sigo acá. Me imagino
corriendo a buscar vino. Vuelvo con la bolsa negra entre las manos cubriendo la
botella que arrebato desesperada. Muerdo el corcho, tomo del borde, trago. Una
gota de vino me humedece el labio
inferior, se seca, y silencio. El aun me
contempla y se ríe sin empatía de mi ansiedad incontrolable. Sigo mirando por
la ventana, me concentro en dos tipos que gritan, ambos miran hacia arriba
justo sobre mi frente, me encierro tras la cortina y me asomo de reojo, ellos están gritándose,
de nuevo. Nadie más que él me mira. Me conformo con que me deje a un lado, un rato o la eternidad, si eso significa librarme de sus pupilas
amarillas y perturbantes sobre mis glúteos mal tratados; sobre mis pies ásperos;
sobre mis piernas con moretones; sobre mi ombligo escondido; sobre mi concha
caliente; sobre mis tetas caídas; sobre mi
cuello de dama rasguñado; sobre mis
labios hinchados y carnosos; sobre mis oídos aturdidos; sobre mi flequillo mal peinado hecho hacia atrás; sobre mi brazo en la ventana, nervioso, deprimido, cayendo y dejando caer el vino que no tomo… pero sigue
ahí, insistente, cansado de que mi cuerpo desvanecido en deseos aun exista. Su risa es ahora la seriedad que
me apuñala. Me tapo con la bolsa negra los hombros y busco mi ropa mal oliente. Baja la vista, sin
tolerar mis movimientos torpes de virgen de doce años a punto de ser violada y
acribillada. Aprovecho para huir. La puerta está cerrada, me escondo tras la
pared, me asomo. Lee mientras se rasca
el mentón, ya no siente mi presencia. Lo sé, porque está tranquilo. Cierra el libro,
penetra la nada. Yo tengo un orgasmo. El se duerme, lo abrazo en el anonimato de su pared mal
pintada. Empunto los pies, corro a su lado y busco las llaves en su pantalón. Cuando
las tengo, mi cara otra vez está pegada a la suya, le respiro cerca y siento el
aire salir de su nariz y por su boca, entre abierta. Veo las arañas sumergidas en saliva, acerco el
dedo concentrada en su baba. Se inclina hacia el costado, me alejo un cuarto de
centímetro. Con los ojos cerrados me cubre entre las sabanas, y en posición fetal, tomo sus manos y me acuesto. Una voz gruesa de multitud entra
en mi ausencia por el ventanal. ¡Están matando a quienes practican del
amor sin amor!

No hay comentarios:
Publicar un comentario