lunes, 15 de septiembre de 2014

Dorothy no usa pantalones

Se corto con una chapa la pierna, junto la piel mientras la sangre corría y la pego con una curita. Se vistió de Dorothy preparada para el desencanto. La lejanía de las cosas la incómoda, igual prefiere la incomodidad a la no distancia del futuro inmediato, las decisiones y las charlas, intensas (sobre ella). No recuerda cuando se aferro al fracaso como escapatoria del presente, que asecha, con la banalidad. Viajo dos horas y la sangre volvió a fluir, como coágulos y analizo, quizás, tomar el hilo y la aguja que llevaba en su cartera de dama excéntrica, pero encontró un diccionario. Busco palabras que describan sentimientos, palabras nefastas y carentes de sentido, sin ningún tipo de coherencia espiritual, y las neuronas le estallaron en inseguridades, innecesarias. Nada jamas sale mal en  la adrenalina de lo desconocido que puede volverse una simple negación, personal. Pero en la misma aceptación, sigue teniendo ese sentimiento sobrehumano letal que abarca la espera. Esta parada en la esquina de Godoy Cruz y Santa Fe queriendo ser atendida o secuestrada por la multitud hasta bajar al túnel que la lleve de nuevo a su casa, lejos, otra vez. Piensa en ser vulgar para huir más rápido, ser correcta y aburrida y hablar sola o cantar desafinando. Finalmente es ella misma, o lo más parecido a eso que conoce, y se preocupa demasiado por estar mostrando su decadencia mientras su lengua aflora un hermoso no coordinar. La sangre finalmente se seco, y la herida cicatrizo sola, sin embargo cuando su mano rozo su pierna sin querer rozo su intimidad y noto una humedad parecida al desgaste. Cuando se dio cuenta, ya estaba volviendo a casa con la cabeza llena de recuerdos olvidables, de un par de horas precisamente perfectas. Viajo dos horas y un minuto de regreso planificando cambios sin sentido, con el fracaso como la opción b más amigable a su constante infalible. Hablo con dos ancianos, sobre huertas, horarios, tomates y el sol que calienta el plástico de las botellas y su cerebro, que vuelve. Cuando se saco el pantalón, ya estaba roto. Se metió en la ducha donde la sangre pegada a la piel, se limpio, se limpio como su pelo enredado, su transpiración pesada y sus pensamientos, también, efímeros. Durante la farsa del día tomo nueve decisiones y media, de las cuales solo una fue casi certera(...) y no madrugo, porque nunca duerme.






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