viernes, 8 de agosto de 2014

Gorda regalada

Me entregue al fracaso personal del anonimato donde solo mis ojos pueden ver la oscuridad blanca del vacío. Rompo el teclado, prendo otro porro y es el último. El fuego me quema las manos, los labios, las ganas de estar en el no estar.   Y ahora estoy llorando,  gritando  con saltos de falsa felicidad en un éxtasis invisible lleno de cosas que tal vez no quiera. Estoy llorando a carcajadas contagiosas mientras empujo más personas que quizás no vea. Estoy entregada, es imposible expresarlo de otra manera. Estoy volando, desde la nuca suben las hormigas demoledoras de tragedias y parece que me voy. Abierta de piernas me pierdo en un poco más en eso desconocido que me sé de memoria,  y la habitación huele a champagne de gente berreta. Me pierdo un poco, donde todos me ven,  encerrada en el cuarto de al lado de mis pestañas ya transparentes.  Me siento, me siento en el cuarto de la cama que es  un café, me siento a  esperar  a nadie,  me siento a tomar  más cerveza y me acuesto. Estoy adormecida, los brazos a los costados parecen los cascotes de un accidente inolvidable, una estampita de dios se prende fuego,  es la última pitada. Me entregue, me entregue al dolor,  me entregue a la angustia, me entregue a esa depresión maniática que me atormenta, me entregue a lo marginal, me entregue a lo inadaptado, me entregue a la costumbre de no acostumbrarme, me entregue a la estática,  me entregue a la cómoda estática de la inestabilidad. Estoy entregada, entregada al dolor,  entregada a la angustia, entregada a esta depresión maniática  que me atormenta, estoy entregada a la muerte que me espera y  que no viene, estoy entregada a la vida que me pesa  y,  que estupidez… quiero que me pese.

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