Me entregue al fracaso personal del anonimato
donde solo mis ojos pueden ver la oscuridad blanca del vacío. Rompo el teclado,
prendo otro porro y es el último. El fuego me quema las manos, los labios, las
ganas de estar en el no estar. Y ahora
estoy llorando, gritando con saltos de falsa felicidad en un éxtasis
invisible lleno de cosas que tal vez no quiera. Estoy llorando a carcajadas
contagiosas mientras empujo más personas que quizás no vea. Estoy entregada, es
imposible expresarlo de otra manera. Estoy volando, desde la nuca suben las
hormigas demoledoras de tragedias y parece que me voy. Abierta de piernas me
pierdo en un poco más en eso desconocido que me sé de memoria, y la habitación huele a champagne de gente
berreta. Me pierdo un poco, donde todos me ven, encerrada en el cuarto de al lado de mis
pestañas ya transparentes. Me siento, me
siento en el cuarto de la cama que es un
café, me siento a esperar a nadie, me siento a tomar más cerveza y me acuesto. Estoy adormecida,
los brazos a los costados parecen los cascotes de un accidente inolvidable, una
estampita de dios se prende fuego, es la
última pitada. Me entregue, me entregue al dolor, me entregue a la angustia, me entregue a esa
depresión maniática que me atormenta, me entregue a lo marginal, me entregue a
lo inadaptado, me entregue a la costumbre de no acostumbrarme, me entregue a la
estática, me entregue a la cómoda
estática de la inestabilidad. Estoy entregada, entregada al dolor, entregada a la angustia, entregada a esta
depresión maniática que me atormenta,
estoy entregada a la muerte que me espera y
que no viene, estoy entregada a la vida que me pesa y, que
estupidez… quiero que me pese.
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