lunes, 9 de junio de 2014

No existís, Roman no existís.

Esta aturdido y asilado. Hace pogo en un tapper de soretes congelados, fríos. No siente nada y tiene moretones. Agita la cabeza y vuelan canas blancas, tintura violeta y mocos con forma de personas que sonó en el camino. A la deriva, en un catarro. Salvadas. Matías se olvido de todos, y de él. El es tan común que abarca toda la existencia, no es Juan ni Andrés,  es Matías. El ya no besa, ya no habla, vende amor, consume corazones, blancos, blandos.  Es un ser inanimado adoptado por la realidad que lo somete al salto. Transpira sal, se asfixia con sus mocos flúor llenos de personas  y no puede caminar porque las piernas le hacen cosquillas. Matías es otra baja. Vomita azul, blanco, rojo en micropuntos iguales a el. Vuelve,  siempre vuelve porque no se anima a desaparecer. Flota en el aire y parece irse con los rayos ultravioletas de una luz de neón berreta. Pero se queda ahí. Y  la música se corta  cuando la luz se escapaba de sus ojos. Alrededor están todos muertos y en su cerebro,  penetra un chillido insoportable. Dios no existe.



No hay comentarios:

Publicar un comentario