sábado, 3 de mayo de 2014

Carta Nº 851

No puedo dormir. Los zapatos me molestan para correr y se me quiebran las piernas. Hace diez minutos pienso que pasaron dos horas. El subte no viene, ya son veinte minutos, tres horas de bocinas. Los trenes no paran, circulan, no frenan, se llevan con el aire y una sensación de mareo, insultos, ajenos. Un tipo se cae por las escaleras. Asciende, asciende con el andar más normal del mundo y cae. Cae desde un decimo escalón. Cae, como si lo empujasen. Una fuerza extraña mas allá de la humanidad lo empuja y como una tortuga su espalda encorvada se quiebra en el pavimento con sus anteojos que vuelan y se parten en quince pedazos uniformes y otros miles de milésimos cristales. La advertencia que no fue, la casualidad, la sangre interna, los huesos rotos, la indiferencia porque desde la perspectiva contraria viene un tren, pero el sentido es inverso al esperado. Frena, casi vacío, solo se ven los hombros de una espalda que se quiebra en un ritmo que no escucho pero veo; veo a una chica con el pelo rapado, de un rubio artificial que ya es casi marrón, las medias verdes, un vestido amarillo y sus labios sobre un saxo que cierra sus ojos llenos de sentimiento en el sordo sonido de la muda paz. Dos segundos de abstracción en el que la imagen de los músicos desaparece con mi tren que ahora llega y de manera simultánea nubla la visión de aquella formación vacía y estática, que también, arranca. Entro en un estado de inercia y las puertas se cierran a mis espaldas. Creo que pasaron dos horas más y fueron cinco minutos. Escucho un ruido que me gusta, ella, el sexo y su saxo. Al mismo tiempo desaparecieron en otro plano de sentido, la distancia la acerco a mi lado y a él con sus hombros descontracturados, su gorra y el ruido de las monedas que caen. La confusión, el miedo y la inercia nuevamente me muestran tirando monedas en su lana negra. Las puertas se abren y sin poder visualizar el lapso de las escaleras mecánicas me encuentro corriendo para subir a otra formación que me lleve más cerca de casa, o no. Caigo en un sueño lucido y profundo donde el deseo de correr me obliga a flexionar las rodillas que no siento y parecen golpearme la pera. El reloj, tic tac, me apresura para llegar a un tiempo que no conozco. Una formación esta estacionada y el ruido de otra bocina me atormenta en la cabeza penetrando todo el tímpano sordo que se deja perforar cada vez; y otra vez por la inercia de una velocidad casi futurista de un porvenir vacio , estoy arriba, y el tren, arranca. Arriba de un desierto de caras conocidas de historias que desconozco, me paralizo contra una pared de un material parecido a la chapa que se golpea con mi omoplato y mi cabeza que se sacude cada vez que el tren frena, arranca, se apresura, o tiemblo. La saxofonista parece esconderse entre medio de todos los rostros que me miran. El rosar de las bolsas, el tiempo que corre sobre la formación en movimiento con el sonido del flojeo de las perlas de un collar robado, van al ritmo de los hombros del joven y su gorra, que no están. Las luces desaparecen de mis parpados difuminados en un único color blanco y mis pupilas negras. El suprematismo de una realidad que me confunde y me lleva a una seguridad brusca que otra vez es temblor o apariencia. Tiemblo, tiemplo, tiemblo… Cabezas, costillas, mirar, cabezas, costillas, mirar, mirar, mirar. Me persiguen con sus pupilas. Un hombre agarrado de una baranda sonríe en la pantalla de una maquina de seis centímetros, es la salvación de mi autoestima aplastada por las miradas, pero voltea y me anula en la eternidad con el recelo de ser, real. Me reprocha con angustia y enojo todo eso que no se, se cruza los brazos y. Todos me están mirando. Silban. Son muchos y silban. Todos concentrados en un mismo lugar. Nos amontonamos sin tocarnos, pero nos miramos. Sus ojos están todos posados sobre mí ser humillado, avergonzado, encerrado sobre paredes de una carne descompuesta con una piel fina, blanca… frágil. Todos se encuentran en paralelo a mi cuerpo con sus frentes iluminadas en mi ego dañado, parado, golpeando esa especie de chapa que suena por el temblor, y me desorbito. Desorbitada, tratando de encontrar una salvación que me saque de este naufragio de miradas nauseabundas, que me ahogan en la angustia que llueve en mis cachetes dejados, de poros agrandados por el consumo de una realidad que. Nos odiamos y frenamos. La formación frena. Encuentro entonces esa salvación, en haedo. En el refugio de la placenta donde se acontece mi nacimiento pero un grito enorme de silencio vuelve mis ojos a ellos, expectantes de mi pudrición y - SHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH-




                                      Carta Nº851 alucinada en la formación de un acontecimiento real, dedicada a la mirada desconfiada o reprimida, a las madres solteras y a la soledad en si, a las multitudes incapaces de interelacionarse, y la envidia por uno mismo que no se deja ser; Buenos Aires, Argentina, Sabado 3 de Mayo, o Miercoles 30 de Abril, cinco minutos después del atentado ( o durante). 

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