Tenía granos internos. El reflejo de las ramas uniformes sobre el pavimento de arena artificial, contra la orilla de agua azul y de fondo una montaña de ladrillos a punto de caerse; eran mi único territorio. El viento me estorbaba la visión y el agua azul tenía hilos de cabellos castaños, también el perro y mis dedos.
La fatiga se apoderaba de mi cuerpo echado sobre un colchón gastado, una almohada robada, un par de libros viejos con la tapa rasgada y las hojas sueltas, esas que si doblas se rompen para siempre. Parpadear era una lucha interna conmigo misma. Dos seres. Yo y mi fatiga, y ella tratando de escaparse de mis brazos. A mi espalda, una chapa verde parecía querer despegarse de su punto, una fuerza más poderosa que el viento quería tirarla sobre mí. Sonidos, sonidos sonidos. La chapa cae sobre la arena que me salpica los ojos .Empecé a oír sus chillidos justo en el tímpano. Casi respirándome en el cráneo. Era insoportable. De repente una rata enorme se acerca a mí a toda velocidad y yo me cubro la cara, levanto las rodillas para esquivarla, porque no quería moverme. La rata había quedado postrada frente a mí con sus ojos saltones y rojos penetrando mi existencia. El miedo me paralizaba y a la vez quería meterle el dedo en el culo y que chille más fuerte. Mis pensamientos a veces me perturban y quiero evadirlo, pero que chille quería que chille y me rompa los oídos. Sacar los dedos húmedos y con mierda debajo de esa rosada larga cola. Llena de basura y de enfermedad. Que se escabulle en mi buscando mas placer y ahí matarla, aplastarla con un libro, con Himperion.
Himperion, le puse, Himperion. Entre la basura, Himperion. La melancólica Himperion. Mi asexuada Himperion, que no conoce más que la mugre, se conforma con lo que sabe. Pobre Himperion. Mi querida Himperion tenía granos internos.
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