Perdí su sonrisa. Solo vi sus ojos por última vez. Con las manos en sus rodillas me hundí en las tinieblas de quizás, el paraíso. Si me tomaran desde atrás solo verían sus pies sobre las sabanas, mi cabeza moviéndose, y de fondo sus ojos ahora cerrados, que muestran de a ratos su pera, y su pelo que va y viene entre el éxtasis, o no.
No sé bien cuál era el gusto, si era bueno o si era malo, yo creo que así se sentía la muerte. Quizás el fluir de la sangre motivaba mis pensamientos, pero sus rodillas cayeron, y solo quede yo insertado entre sus piernas. El calor de la mañana, hacia caer la noche sin sentir correr el tiempo. El frio de su piel, ahora tiesa, volvía mas caliente mis cachetes, y mis manos alborotadas junto a mi lengua. Cuando por fin decidí acabar o que acabe, subí suavemente hacia sus pechos, dormí entre ellos aproximadamente quinientos setenta minutos, después los bese y los manche un poco con restos de coágulos rojos. Estaba dormida y el contorno de sus ojos era violeta. La violencia de nuestro encuentro la dejo exhausta, y a mi realmente también. Acaricie cada uno de sus dedos, que caían como botones dorados al colchón, le toque las mejillas, pellizque sus labios, y un pezón. Tome su cuello marcado con suavidad y volví a vestirle nuestro collar. No sé bien lo que sucedió después, solo volví hacia ella una y otra vez, me senté en su pecho y me chupo la verga. En un estado más allá, de ella misma, lo disfrutaba. En la misma posición tire el cuerpo hacia atrás, y me dormí, con ella. Ahí fue que nos encontramos. Sinceramente no entiendo cual es la diferencia entre morir, estar dormido y ser feliz. Solo sé que no estoy muerto, ni dormido, ni feliz, ella ya no sabe bien y puedo distinguirlo, solo temo que no sepa que está aquí.

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