domingo, 21 de diciembre de 2014

Y ella se echo a reír...

Va ser así. Va ser así siempre. Ya no me vas a llamar mas, de un día para otro vamos a dejar de hablar,  o vamos hablar menos. Rige en nosotros todavía la moral, el compromiso del día después, la semana, el mes, la falsa eternidad. La obsesión por tener todo frente a los ojos, poseerlo, penetrarlo, amarrarlo de los brazos, de las piernas, del oído y susurrar;  nos destruye. La absurda existencia parece ser más real ante la mirada, aquí y ahora en espacio y tiempo, coincidiendo. Donde quedo el sentido del confort, de  la fantasía, del no estar y sentirse ahí? También falso!. Va ser así siempre. Nuestras pupilas en realidad nunca van a tener contacto, directo, profundo, intrínseco; solo la piel, o quizás si un contacto de suspiro, de decepción, las pupilas brillantes gigantes deseosas e insatisfechas, y deseosas, al fin. Después, el desencanto.  Nada es como en el imaginario, como en esa estúpida utopía del ideal. Perdimos. Perdemos el día después. Anulamos el desconocer en el mero capricho, ahora hay solo un gusto agrio, una ausencia. Lo mejor que le puede pasar a la humanidad es la distancia, pero corre, toma trenes, aviones, barcos, para pisarse, se abrazan, se besan. No disfrutan la lejanía, se chocan y se golpean justo en el cráneo, caminan con el aire flameando sobre la sangre que  chorrea, mancha el piso de momentos inconexos  y rojos que se pierden en la frustración, se vuelven no ser, se olvidan, no se saludan. El malestar extingue cualquier pedacito con gusto a encanto que dure. Lo vuelve vomito. Asfixia. Vas caminando por la calle y sentís asfixia, la gente que asfixia, el viento que asfixia, los autos que asfixian, las baldosas que asfixian, la ciudad, el bosque o la selva. Intentas tragar saliva y todo está seco, los labios se descascaran, haces fuerza por escupir la última gota de baba que sentís en el estomago, pero es en vano, la boca no se humedece, queres tragar con fuerza y es en vano. El pecho se presiona, se obstruye, hay una bola ahí dentro, una bola repugnante, maciza, el otro. Se obstruye y parece inamovible. Atragantado para siempre. Te agarras el cuello con las manos, bajas, te aprestas entre las tetas, y seguís caminando. No te queres morir, que idiota.  Si hubiéramos mantenido la distancia, me ahorraría tales planteos, simplemente continuaría en la nada, como ahora, acostada, borracha, desolada, tirada en el piso del cuarto mirando el techo entre un montón de pelotitas rosas de un suvenir que se cayó del escritorio, y tu cuerpo.  Sin embargo estoy acá, escribiendo sobre vos. Va ser así siempre, YO, yo relatando sobre cualquier bola obstruida en la garganta que me haya penetrado.  Nada especial. Lo único que quiero en este momento es que pase el tiempo, que fluyan las hormonas, parar con esto. No me importa la autoestima, vivir en pedo,  no tener porro, gastar y no tener trabajo, tragarme libros como agua helada en el rayo del sol,  no me importa que tengas la mirada Kubrick y que ya no esté hablando de vos, me importa mi vientre y que mi concha escupa sangre, tener más libros para no quedarme sola y mañana a las 18:50 adiós al lenguaje;  me importa no quedarme sin vino, comer y dormir.  A eso, a eso se limita mi  no porvenir, a mí. 


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