Un polvo

  Tome merca mientras dormía. Las partículas blancas se introducían en mi nariz para fallecer en un par de neuronas que mueren por mi lengua inquieta. Mis ideas se revelan de mi cuerpo, danzan. Sus pies descalzos se desprenden del suelo y vuelan. Caen en el cemento sucio para volver a elevarse y están limpios. La tierra resbala de su piel y las venas relajadas se retuercen, se inflaman, y explotan en el suave fallecer de la represión. 

  La soledad de la vigilia, sus rulos lacios empalmando mi mente. Un polvo transparente sobre una sabana roja. Su pelo, su pelo se libera de su cráneo en el parpadeo eterno de soñar con la realidad, despierto. Del otro lado, el, penetra una zona que conoce de memoria (o no tanto) y entre uñas con papel tapiz cae un corpiño al suelo y se ensucia. Somos libres. La melosidad empapa el prejuicio y nos hundimos en la toxica esfera de un mal viaje, para volver. 

  El día que la conocí nunca más volví a saber de ella y creo que nunca supe de su existencia. Me duele destruir el encanto de eso que no sucede. Ignoraba el ruido de mis hormonas al silencio de un beso robado que no para de fluir. La saliva de él en mi cuello, en mi laringe, en mi nariz, y se choca con mis dientes para sonreír. No sé donde está. Te busco entre las personas dormida en una toxica nube de cocaína que no ingiero. La música me trae tus rulos inquietos y un tipo rapado me tira una estampita con tu cara, que no recuerdo. Caminas siempre entre la confunsion de la multitud para avisarme que no estoy cómoda. Me desprendo de la revelación sexual que me satura y sus cejas se fruncen y sus labios se tuercen, se muerden y no sos mas que el vomito de otro tema de rock.