martes, 21 de enero de 2014

Pacientes



  Un tipo caminaba de esquina a esquina dándose la cabeza contra ambas puertas paralelas. Miraba de reojo, se agarraba la frente. El otro vino de atrás, semidesnudo y con las mangas del buzo, que llevaba atado a la cintura, tapándose el levo de la próstata. Tenía un porro sostenido con los labios torcidos hacia la izquierda y avanzaba llevando al tipo por detrás con golpecitos en la espalda. Cuando entro la rubia hubo un silencio tenso, de aire caliente. Llevaba puesto un short muy corto, de jean, que dejaba escapar sus cachetes por la mitad, el escote de la musculosa estaba casi rosando el ombligo y traía un corpiño muy armado, que le quedaba chico, exagerando el tamaño de sus tetas. Todos la miraron hasta que desapareció tras la luz roja. Hacía un calor infernal. Las mujeres se corrían el pelo a los costados y lo levantaban con una mano mostrando sus axilas y marcando sus cuerpos voluptuosos, o no tanto. Los hombres se secaban con piel y pañuelos de tela el sobre labio, la frente y se acomodaban el jean incómodos contra el respaldo y separando las piernas. Unos policías atraparon a tres barra brava con tambores y al primer tipo, mientras volvía a pasar el semidesnudo de la próstata prominente detrás mío, como ocultándose. Fuego, humo y más calor. 

  Me sentí extraña dentro de mí y cuando caminaba sentía el desvanecer del alma. Mis pies, sin embargo, seguían circulando y hasta tenía un poco de sed. Inspire fuerte por la boca para calmar la saciedad. Escuche un grito. Temí voltear y encontrarme en un espejo agitando un tarro de querosén. Otra vez estaba andando en un gran hospital público lleno de países, ciudades y villas. No tengo obra social pero parece nunca importar. Humo y silencio. Camine girando durante dos horas y encontré la pared de mi casa cubriendo el pasto largo, quemado. Estaba sola otra vez. Paso un linyera tarareando un tango que no me sé, pero conozco. Dos pendejos corriendo le pisaron la espalda. Otra vez estoy viendo a la policía andar despacio. Explotaron dos o tres cohetes y año nuevo fue hace más de 18 días. La policía está durmiendo en la esquina y ya le pincharon las ruedas de las patrullas.

  El linyera vuelve a reincorporarse en otro estallido combustible. Entre en un sueño profundo. Expresiones diabólicas sobre un trazo de tela húmeda. La pintura roja cae como sangre y quiero chuparla. Ellos no se miran, tienen los ojos vendados. Las gotas se empampan en la quietud. Quiero chuparlas. Aparece el hombre semidesnudo, en la acción previa de atarse el buzo para taparse la próstata. En otro lado del conurbano un operador se suma a una compaña contra el cáncer en la enfermedad de la paranoia. El hombre semidesnudo se fuma un porro mientras guarda un atado de philip morris en el bolsillo. Le amaga a la muerte en la salud eterna del bienestar artificial, o el más real. Del otro lado de la ciudad una activista de una empresa carteta toma anfetas y enciente el motor de su nuevo mercedes, con una estampa en el vidrio en contra de la contaminación. El hombre semidesnudo se duerme en el suelo, todos miran su próstata prominente. Perdió el buzo. Del otro lado de la pared un viejo verde le mete la verga a un infante. Una mujer se acerca. De lejos me clava la mirada. Lleva unos pantalones cortos, una remera a rayas y unas enormes zapatillas negras de hombre. Tiene la cara con pozos y ojeras. La pasta base le sale de los poros como mugre de hace días. Gesticula con la boca y me duerme de un golpe. 
Doctor, apague las luces. Quiero estar sola.


No hay comentarios:

Publicar un comentario