El colchón se hundió junto con el peso de su cuerpo, las sabanas arrugadas, sos ojos deseosos, cansados, vagos. Su sonrisa, la papada, su pelo largo por cada costado de su fresca y dulce cara. El la contemplaba hasta que lentamente se abalanzo sobre ella. Sus manos la tomaron por la pierna y ascendieron de manera violenta, para luego descender mas suave. Ella sonreía y mordía sus hombros mientras el solo la acariciaba.
Un canto a la infancia, donde el placer es deseo, donde lo correcto es lo incorrecto, solo basta con pensar y que suceda. A kilómetros de desaparecer para siempre. Dispuestos amarse las horas que no les alcanza, el aire que se congela en el tiempo, en la mirada, en el sonido de la respiración que se altera en cada movimiento. Son marcas en la espalda, en el cuello, en la piel en el recuerdo que se anula en la rutina, en el instante en que la altera y la hace mas llevadera.
Llegando al final solo fumaban.
Ella le acariciaba el brazo con las uñas, se paraba, caminaba bajo una camiseta , miraba por la ventana, buscaba esa gota de satisfacción que le iba a faltar cuando el ya no este. Volvía a la cama, se tiraba sobre el y fumaba de su cigarrillo. Se lo apago en el pecho y sin volver a mirarlo solo lo beso y ahí se quedaron, mientras los minutos pasaban, mientras los teléfonos sonaban, mientras el sol comenzaba a esconderse. La oscuridad quería apropiarlos, pero algo mas allá los tenia prisioneros de la realidad. Detrás de la puerta de esa habitación, de bajo de las escaleras, la puerta automática, la 9 de julio, una linea de subte, o tal vez un taxi y finalmente detrás de otra puerta, la alfombra y la excusa de alguien mas. La eternidad simulada en un par de horas.
Ella se vistió con una fina delicadeza, lo beso en la frente, en las mejillas, en la nariz y amago su boca. Finalmente salieron y al cruzar la puerta numero 12, se convirtieron en dos desconocidos.
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